Una mala noticia para las universidades privadas en materia de cupos universitarios.
En los últimos días crece la preocupación de las instituciones de educación superior de élite en razón de la disminución de las matrículas de pregrado para los diferentes programas académicos. Como la relación entre inscritos y matriculados es significativa, las hipótesis que se esgrimen suele ser diversas. Para unos, se trata de una situación de escases de ingresos en los grupos familiares; para otros, el costo de las matrículas va constantemente en aumento hasta llegar a ser inviable su ingreso a las Universidades más consolidadas; y para un gran número, dado que el peso de la competencia es significativo en un mercado lleno de asimetrías, buena parte de la demanda que no ingresa a las instituciones de carácter público busca en el sector privado la opciones de menor costo, aunque sacrifiquen calidad. Bien se sabe que el costo creciente se justifica en virtud de que los estándares de calidad requieren talento humano y recursos físicos y financieros cuyo límite es tan hondo como se quiera según el grado de calidad buscado y el óptimo de excelencia que se quiera mantener, sobre todo si se quiere operar tomando como referencia los estándares internacionales y las mejores prácticas de gestión observables en el universo global de las universidades de talla mundial.
Pero más allá de estas opiniones existen razones de mayor peso argumentativo que es necesario comprender para poder hacer una planeación más racional del quehacer de las universidades en materia de cupos futuros. Se trata de mirar la relación existente en los últimos años entre la estructura poblacional y la cobertura en educación superior desde 1985 y su impacto en aspectos importantes de la gestión universitaria. En efecto, según el DANE y cifras de Ministerio de Educación Nacional publicadas en 2016, entre el quinquenio comprendido entre 1985-1990, la tasa implícita de mortalidad infantil disminuyó, pasando de 6.77 a 5.8; así como la tasa global de fertilidad, pasando de 3.3 a 2.8 hijos promedio. Lo anterior significa que la estructura poblacional por edades cuya edad sea menor de 29 años también ha disminuido; aunque esta estructura no sea homogénea en todo el territorio colombiano, toda vez que Departamentos como Magdalena, Atlántico, Caquetá, Vichada, Guajira y Arauca, entre otros, no tendrán diminución de su población entre 17 a 21 años hasta 2020. Por el contrario, Chocó, Risaralda, Caldas, Santander, Distrito Especial de Bogotá, Antioquia, Valle del Cauca, Cundinamarca, Cauca y otros más, ya iniciaron la reducción de este segmento de población; finalmente, otros entes territoriales como Córdoba, Norte de Santander y Guainía, iniciarán esta reducción hacia el 2020.
Pero, se tiene un dato más que hace pensar a las Universidades y que afectaría a todas las instituciones de educación superior en materia de aumento de la matrícula futura en las diferentes carreras que se ofrecen; y está relacionado con la proyección de la población con edad entre 17-21 años entre 2015 y 2020. En efecto, si se toma desde el año 2015, la proyección indica lo siguiente: para 2015, esta población alcanzaría a 4.349.823; para 2016, 4.336.577; para 2017, 4.317.994; para 2018, 4.297.425; para 2019, 4.278.733; y para 2020, 4.263.622. Luego es evidente la reducción posible que afectará el tamaño de la matrícula en la educación superior del país.
En consecuencia, la mala noticia, que puede ser también una nueva oportunidad de desarrollo institucional es que tal situación obliga a repensar las estrategias de intervención y las diferentes formas de presencia de la universidad en los mercados laborales, en el sector externo y en la sociedad en general; habrá que evitar que se afecte la viabilidad financiera del proyecto educativo institucional. Quizá haya nuevos caminos en pensar de nuevo la oferta de carreras y servicios que se tienen actualmente; en generar nuevos marcos de referencia para la gestión del conocimiento con gran impacto en la gestión de la investigación; en innovación en materia de relacionamiento con el mundo de los mercados laborales y las organizaciones en general, con el ánimo de ser cada vez más pertinentes y relevantes científica y socialmente y sobre todo lograr la sostenibilidad deseada. Quizá tenga sentido pensar que si las Universidades quieren formar parte de la inteligencia nacional deben ser los agentes de su transformación y desarrollo con una mirada puesta en el futuro y los pies en su contexto real. O se cambia; o, nos cambian.