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Preguntas para la Alta Dirección de las Universidades después del Coronavirus

Es interesante observar que a raíz de la coyuntura del coronavirus ha habido un movimiento en todas las instituciones de educación superior para responder de alguna manera a la situación. El acento ha sido puesto en imaginar diversos usos de plataformas, con diversa mezcla de porcentajes presenciales y virtuales para atender la docencia. Las universidades más consolidadas han puesto al servicio del Instituto Nacional de Salud sus servicios de laboratorio para el adelantamiento de pruebas; y otras más han contribuido con su personal académico especializado en la investigación de aspectos asociados al entendimiento de la naturaleza y alcance del coronavirus. Aunque no hay aún publicaciones especializadas sobre el impacto de esta coyuntura en el “modus operandi” de la Universidad en el futuro, sí hay la convicción flotante de que la realidad obliga a la universidad a replantear su identidad y formas de operación.


La situación actual en el medio universitario es de incertidumbre y perplejidad con una clara percepción de que las universidades para el inmediato futuro tienen un imperativo práctico que les obliga a reinventarse si quieren mantener vigencia, legitimidad y reconocimiento social. Lo importante es tener en cuenta la turbulencia del medio y la magnitud y profundidad de los cambios. En el caso colombiano y esto puede ilustrarse en el lenguaje de los números, tenemos, a 2017, un sistema grande de más de dos millones de estudiantes, distribuidos en dos grandes sectores, público y privado, equivalentes en el tamaño de su matrícula; integrado por 292 instituciones diversas, primordialmente privadas (211 a 2017), heterogéneas, estratificadas por la calidad de su oferta de las cuales sólo 87 se encuentran con acreditación vigente; con más de 145.000 profesores, 13.000 de los cuales con doctorado; con un número de programa académicos que llega 11.648 (acreditados 774).


La complejidad del sector puede apreciarse si se pone la atención en la resultante de la interacción combinada de cuatro variables básicas de diferenciación, a saber: el tipo de control político administrativo, que indica la presencia de dos sectores público y privado; la complejidad vertical de las instituciones, que nos habla de instituciones complejas o especializadas, según los niveles de formación, tipo de disciplinas que ofrecen; el tamaño de su matrícula; y el tipo de carreras que ofertan. Nos encontramos, entonces, frente a una complejidad creciente y plena de turbulencias y en un escenario afectado ya de manera casi crónica por la deficiencia, en su operación, en materia de equidad, calidad, pertinencia y eficiencia, según lo señalan los diagnósticos de los Planes Nacionales de Desarrollo desde 1980.


Como en los cuadros de Rembrandt, las luces matizan la sombras, los gobiernos han hecho esfuerzos por desarrollar un Sistema de Educación Superior robusto, equitativo y eficiente; el acceso ha ido en aumento, la cobertura también, el crecimiento de instituciones y programas nos habla de la existencia de un sistema grande, comparable en tamaño al de Argentina, Brasil y México; las ciudades intermedias han desarrollado sus centros de estudio; la clase media ha tenido acceso a la formación profesional y en materia de profesionalización, el sector ha satisfecho la necesidad del país en materia de preparación de su talento humano para el desarrollo y todo esto, siempre, en un contexto de desfinanciamiento de la universidad pública y baja inversión en Ciencia, Tecnología e Innovación por parte de los gobiernos.

El resultado final es que nos encontramos en un escenario lleno de incertidumbres en que la identidad de la universidad, como institución, debe ser repensada a la luz de la situación actual y para el futuro inmediato. Las condiciones materiales de reproducción del estilo clásico europeo (Humboldt) ni los intentos de imitación, sin criterio, del modelo Británico o Americano constituyen una alternativa. Sabemos muy bien, lo que no hay que hacer; pero, no sabemos lo que hay que hacer. Para muchos, la universidad es sólo un lugar de formación intelectual y scholarchip, como antaño, con funciones de inteligencia, para formar una élite (una oligarquía científica o académica). Para otros, es solamente, y en el mejor de los casos, un lugar de adquisición de habilidades profesionales de utilidad práctica inmediata (formar profesionales con habilidades de mercado) o, en otros casos, un camino burocrático de adquisición de credenciales educativas desprovistas de “sentido”, con amplia repercusión en la vida personal, la cultura y la sociedad en general.


Las preguntas que se imponen a la reflexión son, entre otras: a partir del escenario actual, ¿cuál es la Universidad necesaria?, ¿cuál es el rostro propio de la institución universitaria, definido a partir de su triple relación con el conocimiento, la sociedad y la formación ético-política de sus estudiantes? ¿si la educación es crucial para el desarrollo económico, clave para disminuir la inequidad y necesaria para la participación de los ciudadanos y el fortalecimiento de la sociedad civil, ¿en qué medida se pueden definir algunas estrategias, proyectos y acciones precisas para mejorar problemas de acceso, de cobertura, de calidad, de pertinencia y de eficiencia? ¿cómo hacer para que la lucha por la calidad no se vaya contra los pobres? ¿qué tanta justicia social se requiere para que la acción de la universidad sea más efectiva? ¿cuáles sinergias interinstitucionales pueden establecerse entre el Estado, el sector productivo y la Universidad para que ésta pueda ser realmente, más allá de toda retórica y desconfianza mutua, un motor del desarrollo regional y nacional? ¿qué tipo de investigación debe cultivar y desarrollar la Universidad, para contribuir a la solución de los problemas reales del país? ¿cuáles cambios se requieren en su cultura y valores para ser incluyente y a la vez de alta calidad? Si se asumen las tecnologías de la información con su potencial creciente en apoyo de una oferta educativa de calidad, ¿cómo afecta esta realidad al uso de la infraestructura física de la Universidad en el inmediato futuro y en el desarrollo de su planta física a futuro? cómo buscar sinergias interinstitucionales que potencien la capacidad y nuevos bríos de las instituciones para enfrentar los retos del futuro inmediato con visión de largo plazo?


Quizá, estas preguntas- dirán algunos- no tienen respuesta precisa en el momento. Si tal consideración no es una excusa para no pensar podrían considerarse como “ideas regulativas” cuyas respuestas tentativas podrían orientar la reflexión necesaria por parte de la alta dirección de las instituciones de educación superior. Debe evitarse que la falta de una infraestructura fuerte en materia de ciencia y tecnología; las pequeñas dimensiones en que a veces se mueven las instituciones universitarias y la persistencia de una cultura académica muchas veces proclive a la imitación constante impidan pensar en grande y con visión de futuro. No conviene olvidar lo que señalaba el viejo Jenófanes: "los seres humanos, buscando, encuentran lo mejor”.


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