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La profesión académica, una nueva realidad para la gestión de las Universidades

Una nueva realidad


Las universidades, en el marco de la cultura occidental, son organizaciones cuya materia prima de trabajo es el conocimiento ya sea que se produzca a través de la investigación; se difunda mediante las actividades de la docencia o se critique y recree en el ejercicio de la crítica y de la aplicación del conocimiento a la solución de los problemas de la sociedad. El conocimiento, a su vez, evoluciona a través del tiempo y se organiza de múltiples maneras; sus formas de producción se modifican tanto como la dinámica de la publicación de los resultados de la investigación. De modo simultáneo, las estrategias de organización de las comunidades académicas dan origen a la configuración de redes y grupos de investigación en los que se generan fidelidades y engranajes de poder y desarrollo profesional en un mundo cada vez más competitivo y basado en el conocimiento como fuerza productiva y fuente de riqueza de las naciones.


Como efecto directo el quehacer de los académicos se profesionalizado, de modo particular en el terreno de la investigación, dando origen a un cambio de facto de las formas de trabajo de los profesores. En una palabra, el trabajo del profesor universitario se ha convertido en una profesión en sentido estricto y tal situación tiene implicaciones en la gestión universitaria, dada la importancia de los profesores en la organización. El trabajo académico, cambia de configuración constantemente y la Universidad no siempre es consciente del impacto que tiene este fenómeno sobre la gestión universitaria.


¿Qué ha sucedido en las formas de trabajo de los profesores universitarios?


Desde hace ya varias décadas se viene asistiendo a una división intensiva del trabajo de producción y reproducción del conocimiento. Esta, coloca a las personas en puestos especiales, con responsabilidades especificas; pero, a la vez, genera en ellos una diversidad de compromisos y hace del “todo” una multiplicidad de intereses arraigados. Situación que afecta a las diversas tareas que realizan quienes se ocupan de la producción del conocimiento de frontera, de la docencia universitaria y de las diferentes modalidades de acción social que éstos realizan en el marco de la denominada “proyección social” de las instituciones universitarias.


La situación se debe a diferentes factores entre ellos: a- la masificación de la matrícula, fenómeno ocurrido desde fines de la segunda guerra mundial y que en regiones como América Latina se acentuó en las últimas décadas del siglo anterior. Masificación que trajo consigo la multiplicación de programas académicos, de instituciones, de docentes universitarios no siempre con la formación requerida y que, en el caso de Colombia, tuvo sus cusas en el surgimiento de las clases medias, en el ingreso de la mujer a la universidad, en el éxodo del campo a la ciudad y en el surgimiento de las ciudades intermedias; b- a los cambios en el mercado laboral y a su impacto en la oferta educativa de tercer nivel; c- a la aparición de nuevos campos y áreas del conocimiento; d- al cambio de paradigmas en materia de metodologías y objetivos de aprendizaje; e- a las innovaciones en materia de teorías de la información y técnicas de comunicación; f- al ambiente creciente de “competitividad” en el mercado académico que incluso ha llevado a un cierto conflicto entre los valores inspiradores del quehacer académico. De una parte, la excelencia académica, la autonomía, la libertad de pensamiento y la tolerancia; y de otra: la eficiencia, rentabilidad, rendición de cuentas, responsabilidad social, pertinencia, selección meritocrática y el pluralismo restringido, entre otros. Todos estos factores han sido determinantes en convertir a las instituciones de educación superior o terciaria en “espacios ocupacionales” con un cierto grado de burocratización (M. Weber) con pesadas nóminas de académicos y de administrativos que, a su vez y en ocasiones, por razones internas o de contexto conforman movimientos sindicales y estilos políticos de gestión (militantes) tanto de las instituciones como de los sistemas en su conjunto. De esta manera, y de modo paulatino, se ha venido dando un proceso de diferenciación de sistemas y de instituciones que han llevado a diferentes objetivos misionales, con diferentes estrategias de intervención y con nuevas funciones y formas de proyección hacia el medio externo. Quizá sin proponérselo, la universidad, sobre todo, en tanto forma de organización cultural, fue mutando su naturaleza y su modo de operación; sin que haya todavía encontrado formas de organización académica y pedagógica adecuadas para las demandas de una sociedad de masas.


Para los expertos, esta institución al incrementar su tamaño y tratar de responder en lo externo a la masificación creciente, provocó deficiencias académicas y administrativas que duran todavía. Si se quisiera caracterizar la forma que hoy presenta como organización habría que decir que, el nivel del Sistema de la Educación Superior, se presenta como algo pobremente acoplado, con múltiples estructuras, funciones, agentes y culturas. Pero lo mismo a nivel interno y en diverso grado, cuando se mira una institución en particular, se observa que cada una alberga una heterogeneidad de perfiles académicos y administrativos que, a pesar de sus diferencias, tienen cuatro puntos en común: a. se ocupan del conocimiento como materia prima de su trabajo; b. las personas que trabajan en ella –el profesorado de carrera- perciben un salario; c. están inmersos en un mercado político en el que ocurren relaciones entre élites y estructuras de autoridad (juego de poderes); d. cada uno de ellos contribuye al desarrollo de su campo de interés y forma parte de un mercado cada vez más extendido de conocimiento que en la actualidad funciona de manera global.


Las consecuencias


Al decir que los académicos se encuentran inmersos en un mercado mundial del conocimiento se quiere decir que cada quien se encuentra dentro de una estructura de oportunidades y de circuitos configurados institucionalmente, con formas organizativas propias y con un ethos propio. Casi siempre se opera en forma de red y en estas se conforman carreras, aspiraciones, intereses y clientelas para un amplio conjunto de personas. Se trata de un ámbito ocupacional especifico en el que se realizan transacciones, contrataciones reguladas por la oferta y la demanda entre personas con las acreditaciones y los puestos de trabajo existentes y en el que se compite por recursos escasos. Adicionalmente, las competencias se regulan por el establecimiento de una serie de condiciones formales e informales tales como el curriculum, las publicaciones y la experiencia; pero también por el prestigio de la universidad de donde provienen, por los aportes realizados en materia de investigación y las relaciones con el exterior. Se trata, al parecer, de una figura opuesta a la existente anteriormente reconocida en la expresión: “académico por vocación”, tan afín al estilo clásico de universidad heredado de la universidad alemana; al que retóricamente y en ocasiones de modo contradictorio, los miembros de este mercado rinden tributo.


Así las cosas, dado el espacio ocupacional del académico actual, hay que señalar que su profesionalización es un fenómeno reciente debido en parte a la evolución y cambio en las formas de producción y reproducción del conocimiento y en parte a la dinámica de los mercados laborales, pero de manera más intensa a las nuevas demandas sociales de profesionalización en cada país. Un profesional académico es alguien que domina uno o varios campos del conocimiento, poseedor de una cultura académica compuesta de creencias, valores y mitos (ideología) y que se encuentra inserto, a su vez, en un mercado y una cultura institucional; se expresa con un discurso muy específico cuyo grado de complejidad se corresponde muchas veces con sus actitudes y valores que dependen en grado sumo del lugar jerárquico que tenga dentro de la institución.


Cada vez el mercado académico se hace más complejo y comprende no solo el denominado mercado ocupacional en el que los individuos ofrecen sus capacidades y energías y reciben un salario; sino que en la actualidad este mercado es global y en él prima el prestigio y la reputación de la institución y el mercado de los consumidores; o sea, el de los usuarios de los servicios. Hoy en día la universidad, en muchos casos, no es ese lugar en el que el conocimiento y la verdad se buscan como fines en sí mismos, sin restricciones, por parte de maestros y discípulos; sino, más bien, como lo indica Kent: un espacio laboral y un campo de atracción y procesamiento de interés y pasiones, de aspiraciones y valores útiles.


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